Te miras al espejo. Ves el reflejo de un momento que no está, que ya no está. Y su cara comienza a dibujarse por el cristal como un fantasma que aparece sin avisar, sin preguntar, y te llena de un no sé qué que te produce un sentimiento extraño. Quedas inmóvil ante la película que reproduce tu memoria. Tus ahogados recuerdos salen a flote intentando salvar lo poco que queda de ellos y de ti.¿Cómo aprender a mirarlo desde el retrovisor? ¿Cómo intentar borrar sus manos sobre tu pelo en las noches frías de un invierno recurrente? Volteas tu cara como evadiéndote a ti misma. Y las lágrimas compiten por llegar a tu boca, así como él lo hacía mientras cerrabas tus ojos y te perdías en un mundo que él creaba para ti.
En un instante, un momento, los errores, los aciertos, los fracasos, los amaneceres, las mentiras sus detalles, el amor y sus miedos convergen en un relámpago que estremece tu memoria, sacudiendo cada pequeño recuerdo y para llevarlos hasta tu corazón, que ahora es cementerio de todas aquellos momentos que murieron por falta de ganas.
Miras hacia el cielo bañado de luces y te das cuenta que el presente no es más que la añoranza de un pasado que muere cada minuto, cada segundo, cada instante que pasas sin él.
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