Para los ingratos. Para todos

Cuánto desearía no quererte. Luego de tanto camino recorrido, de tantos tropiezos, de tantos amigos clavados por la espalda, de tantas vivencias que, por pretender ser optimistas, llamamos experiencias cuando no son más que mazoquismos propios de la condición de humanos... Luego de tanto, de nada, quisiera no quererte, porque deberíamos odiar a todos los seres que nos quieren. No hay dolor más grande que el causado por un ser amado. Tanto amar, tanto querer, que la molécula más miníuscula causa un estallido descomunal si es arrojada por la persona a la que pretendes dar tu cariño, tu protección. No, no soy una madre que pretende confesar y advertir la respuesta típica y egoista de un hijo ingrato que nació con la idea de que la providencia le suministra alimento, amor, y no tiene nada mejor que hacer que considerar el amor dee su madre como algo que merece y que se nos otorga al nacer. Solo intento mostrar mi punto de vista acerca de la ingratitud.
Ingratitud hay mucha. Ingtrato es el que se dedica a desconocer las buenas acciones de los demás hacia él. Pero ingrato también es el que ama sin límites, porque al hacerlo, dedica su amor solo a una persona, dejando emocionalmente vulnerables a todos los que sonríen y llenan su vida de felicidad con tan solo un gesto del ingrato en cuestión. Ingrato es también el inocente, porque confiando en tanto, y en nada, menosprecia las certezas y echa a un lado lo seguro, para abrir paso a lo nuevo y darle la oportunidad de entrar a su castillo de preincesas, príncipes y asesinos de máscaras, sin percatarse de que un mundo real, una vida, no se construye sobre historias encantadas y cuentos de ilusión.
Ingrato también es aquel que perdió la inocencia, porque se siente dueño y señor de las experiencias humanas, como si el mundo fuera su barco y su boca el timón. Es ingrato al avergonzarce de la madre de sus amores, de la guía de su primera vez, de la culpable de sus heridas. El que se cree inmune, también es ingrato.

Es ingrato el culpable, el que lastima, el que tiene como objetivo de vida impedir la felicidad del otro. Y lo es porque le lanza puñetazos incontrolables a una vida que le ha caido del cielo, inmerecida vida, pues el amor es la base de la existencia, y ¿de qué vale una existencia si no se profesa ni se genera, ni se transmite amor?
Formas de ingratitud hay tantas como ingratos hay entre nosotros, porque, al final, amar es la forma de vida que todos conocemos e intentamos practicar, y en ese placentero martirio nos damos cuenta de que para amar, debemos ser ingratos con quien amamos al pretender llevarnos un pedazo de su corazón para no devorverlo jamás.

La pared...

Es difícil olvidar. Arrancar recuerdos y tirarlos a la basura es una tarea que requiere una buena carga de voluntad y ganas reconstruir sobre los escombros.

Una vez, alguien me dijo que la manera más efectiva de olvidar es tener un poco de ayuda. Y no la ayuda que te brinda tu vecino mientras reparas tu auto, o la que necesitas cuando tus bolsillos no tienen más que aire. Es la ayuda que dan los otros, los suplentes, los amores furtivos que vienen a dejar un parche en tu corazón; los errores. Son los sicarios de un pasado que estorba, y arquitectos de un presente que nace defectuoso. Son el clavo que saca al clavo que quedó atascado en tu cerebro al encontrarse con una enorme muralla de recuerdos. Son clavos que vienen a construir dudas y remordimientos. Clavos que convierten tu conciencia en un fantasma oportunista que aparece según le convenga. Clavos de dolor, clavos de despecho.

Hoy me siento una pared. Y no quiero verte como mi herramienta, sino como mi nuevo amanecer. Tus besos no son un martillo, ni tus manos la fricción. Hay restos de él en mi. Aún los hay.

Tú no serás mi ayuda, serás mi mañana. Y si soy una pared, espero ser lo suficientemente grande como para dejarte entrar a mi corazón de concreto, no sobre viejas heridas, sino sobre tu propio espacio....el espacio que siempre estará para ti.

¿Terminó?

Lo primero que se nos viene a la mente al momento de "comenzar" algo es cuándo y cómo va a terminar. Desde una simple torta o pastel, que comienza cremando mantequilla con azúcar, y no sabremos si temrinará en torta o en "intento de torta", hasta un "sí" que permite el inicio de una relación sentimental. Es éste uno de los casos más peligrosos de "no sabremos cómo temrinará". Una salida, una llamada, un helado, un beso... eso ya lo sabemos. El problema está en saber cuándo y cómo terminará la historia. No es fácil, pero existen varios métodos de gran utulidad para saber cuándo uno está a punto de estrellarse contra la realidad y decir "sí, se acabó", y luego llorar o, en el peor de los casos, reir por la rareza de dar como concluido ese episodio de nuestras vidas.

Una de las formas que existen para tener la seguridad de que "se acabó" es gracias al "no eres tú, soy yo". Si realizáramos una encuesta, seguramente la totalidad de los participantes dirían que es la última frase que quisieran oir en su vida. Y es que, independientemende de la carga que se le ha anexado a esta frase, es patético que alguien decida terminar una relación con un argumento como éste. Si el problema soy "yo",¿ por qué no me aislo del mundo y me voy a una isla solitaria donde no le cause "problemas" a nadie? Por ello, defino esta frase como el argumento más básico y carente de lógica, utilizado por aquellos individuos temerosos de arrebatos frenéticos producto de un orgullo herido, que sirve de abreboca al despecho vengativo.

Y si de argumentos baratos se trata, sería pecado dejar de mencionar al enemigo de todos los que hemos sufrido en carne propia los delirios del amor. Causante de desgracias, fiel acompañante de la paciencia, excusa pobre para los que no tienen razones suficientes para convencerse a sí mismos: el tiempo. El que pide tiempo es aquel que ya no tiene las ganas en la piel, que no vive la intensidad de un beso, y peor aún, que vive de máscaras de mañanas. El tiempo es un compañero que hay que saber tratar. Todo exceso es perjudicial, y una sobredósis de tiempo se convierte poco a poco en asesina del amor. Sí, el tiempo sana heridas, pero también las abre. El tiempo aumenta el deseo, pero fomenta la desesperación. El tiempo es un mal necesario.

Para continuar, y dejando a un lado los motivos carentes de sentido, es el turno de la distancia. Sin muchos preámbulos, sin demasiado alarde de importancia y sin persentación. Desde los cuerpos que son obligados a separarse, hasta las almas que coinciden de manera extraña y casual en el camino de la vida, la distancia juega con el amor con la misma precaución con la que un simio tendría una copa de cristal en sus manos. ¿Habrá mayor razón que la distancia para decidir cortar el cordón que ata dos corazones? o ¿será dicha intrusa un motivo para seguir, para no ceder? No tengo la respuesta a esas preguntas. Si las tuviera, no estaría escribiendo esto, la historia sería otra... O quizá no habría historia. Lo importante es que la distancia figura como tercera, como amante, como manzana de discordia entre el amor y la razón. La distancia es un motivo para poner un alto, para terminar, o para comenzar, dependiendo del cristal con que se mire la historia. Mi argumento es custionable, pero nadie entiende el por qué de un comportamiento extraño de algunos valientes, que los lleva a superar las más grandes adversidades geográficas sin que en el camino le ocurra alguna herida al sentimiento. son excepciones. Conclusión: si usted vé que la distancia asoma las narices a su puerta, prepare su corazón para un posible final.

Miles son las razones para sellar el sobre, para pasar la página, para terminar el capítulo. No sería responsable de mi parte hablar de todas. Bien dicho está el refrán que cita "nadie aprende de errores ajenos", y es así como comparto mi experiencia, no para evitar que cometa mis mismos errores, sino para intentar que usted se sienta acompañado en su agonía.

Mi realidad

Mis fantasías, mis sueños, mis dramas y mi mente: todo está aquí.
Ofrezco mi cordial bienvenida a este espacio que no es más que una servilleta virtual, donde plasmo mis emociones cada vez que tengo la necesidad de estallar.