Un calor profundo invade tus labios.
Cierras tus ojos y sientes la calidez de un beso que despilfarra amor y gotitas de pasado...de un pasado que regresa. Eres arropado por la inmensidad que emana la eterna comapañera del mar.
Tus pupilas se pierden en el cielo de sus ojos tan profundos e inciertos como tú. Es una mirada que invita a rendirse ante el instinto de un rojo latir que clama saciar su sed de amor, de dos.
Y no sabes como desprenderte de las amarras que te apresan a un ayer inconcluso y desligado de la felicidad.
Eres una lucha contra el tiempo. Contra un presente que te mira de una forma intimidante, como queriendo obligarte a vivir lo que sientes, lo que tu alma necesita. Y para cerrar tu círculo de indeterminación, el futuro sentado en una esquina te vigila llenando el lugar de ese aire que evoca al miedo a la incertudumbre, a las consecuencias de caminar con la sonrisa cubriéndote los ojos. Y ahí está ella. Ella también te vé, intentando quitarte un pedazo de cordura y echarlo al vacío para dejar que tu mente vuele en el espacio, que la ames sin mirar más allá de un ahora, de un presente.... como antes.
Y no intentes humedecer tu cara con lágrimas saladas, amargas por tu soledad; tú fuiste quien decidió lanzar tu vida hacia el pozo más profundo de la infelicidad, donde se ahogan los sueños y mueren de hambre las ilusiones y las ganas de vivir.
Y ahora tu sueño más preciado, tu anhelo más profundo, se debate entre la vida y tú.
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