La balanza..

No se trata de pesar, medir o calcular; se trata de usar una balanza que nos haga un flash back y nos deje el presente claro, como el cielo después de la tormenta.

Son las fotos, las cartas, los momentos, los recuerdos… son las cosas que viviste y que pareces no recordar. Son los capítulos de tu libro que olvidaste publicar en el salón vip detrás de tus párpados.

El símbolo de la justicia nos da la señal de que, para buscar lo justo, hay que colocar cada cosa del lado que corresponde, sin prejuicios ni emociones. Sí, quizás no entenderás por qué debes hacerlo. También quizás cuando lo hagas te des cuenta de lo que ganas y pierdes. Y si pierdes el rumbo, comienza por exprimir tu memoria; continúa categorizando los recuerdos, y nunca olvides que el pasado va del mismo lado del presente, pero no del futuro; que lo malo nunca debe pesar más que lo bueno y que la razón es el margen de error en todo este asunto.

Regresar


“Sufre más el que se queda”, dicen todos. Yo me opongo y contesto: “¿Y dónde queda el dolor de quien mira por la ventana de un avión cómo se hace más pequeño el lugar del que no quiere partir?”.

Regresar, bandera de tantos y consuelo de muchos, todos conectados por el mismo eterno y juguetón verbo al que llaman “esperar”. Yo no sé quién queda con el corazón más enfermo, pues dichoso aquel que logra la proeza de conservar aún al “rojo” latiendo luego de ese instante –“cliché” de telenovela- en el que un brazo sostiene la mano que gira despacio en el aire en señal de despedida. Una señal parecida a la que hacen los niños cuando no quieren comer más, alejando el platito con su mano y haciendo que ésta se mueva como diciéndole a mamá “ya no más, mami”. ¿Casualidad? Cada vez que me despido del amor, de mi amor, recreo en mi cabeza esa imagen del niño que no quiere más. Porque no quiero más despedidas.

No hay despedida más eterna que la del último aliento, pero para quien ama, decir adiós, hasta pronto, chau, hasta luego, nos vemos pronto, es un puñal que se clava en el alma. Hay quien dice adiós y no regresa; hay quien regresa porque no soportó vivir con un adiós.
Lo que importa es que mi corazón no se fue, mi alma está con vos, y mi cuerpo espera el día en el que el universo al fin conspire y me permita regresar… sin despedidas.



"Al amor de mi vida, mi loquito, mi PO, mi todo...Alejandro Grasso... a quien extraño y por quien quiero regresar..."

Y fue un instante el culpable de todo. Nadie sabe bien si fue por una mirada, un abrazo, un gesto. El final nunca fue del todo cierto, pues nuestros mudos amantes sentían en soledad. Ese encuentro detonó el silencio y convirtió sus corazones en elocuentes oradores, valientes a la hora de pronunciar lo que tanto ocultaron. El sentimiento no pudo esperar. El amor colmó el lugar, y tantos años de paciencia comenzaron a dar frutos. Cada segundo se transformó en eternidad, y todos rincones de aquella ciudad fueron iluminándose poco a poco con el resplandor que emanaban ella y él, pues luego de tantas lágrimas emergió la luz. El cielo se tornó gris esos días; un gris húmedo, un gris tormentoso… Un gris perfecto para el calor de un amor renaciente. El universo explotó el día del adiós, y no hubo canciones, ni cartas, ni recuerdos que menguaran el dolor. Y ahora las sonrisas reinan en sus vidas; los planes de un futuro juntos son el día a día y las promesas cumplidas son tan reales como su felicidad.
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Diez días fueron pocos para vivir este sentimiento. Él le prometió sentir esta felicidad en cada nuevo amanecer, y ella aceptó y juró amarlo siempre.El destino nos lanza la felicidad disfrazada, guardada en envoltorios de lucha, sacrificios y llanto. Sólo logra alcanzarla quien es capaz de identificarla sea cual sea su apariencia.

Definiendo el amor

Ella le preguntaba constantemente qué sentía. Él, con el alma al borde de la piel, unía un montón de letras y lograba un "te quiero".
Ella siempre cuestionaba la sinceridad y profunidad de sus palabras, gracias a que en la balanza de su corazón, él no contrapesaba los esfuerzos de ella. Ella comparaba constantemente su amor por él y lo que él le daba a cambio.

Se sentaron en el jardín, bajo la luna llena y las estrellas, arropados por el frío de una noche de invierno, perfecta para abrazos y calor. Y entonces el dilema volvió con intenciones de buscar respuestas. Ella le contó las ecuaciones que su corazón resolvía a diario, y él, sin entender muy bien lo que pasaba por su cabeza, le propuso definir las variables de su amor.

- Ella: Comencemos por "luchar". ¿Crees que has luchado por mi lo suficiente? Yo siempre voy a donde estás, me enfrento a quienes no están de acuerdo con lo nuestro, dejo a un lado mis sueños para adoptar los tuyos y lograr una felicidad mayor. Y tú, ¿qué has hecho por mi?
- Él: Sí, tú has dado la cara siempre, te has esforzado por lograr estar aquí. Pero, ¿quién te espera con un beso y un manojo de abrazos al final del camino? Y si la ruta fuera fácil, ¿valorarías tanto nuestro amor? Mi lucha está en mostrarte cada día lo importante que es luchar.
Ella bajó la mirada con un aire reflexivo, y tras unos segundos la levantó repentinamente.
- Ella: Y, ¿dónde dejas todo lo que he abandonado por estar contigo? Mi vida, mi casa, mi mundo. ¿Qué has dejado tú por mi?
- Él: Nada. Yo sigo con mi vida, mi mundo, tal cual como era antes de que llegaras. No he dejado nada por ti. Pero ahora tenemos una vida juntos, que fue lo que siempre quisiste; dejaste tu casa, pero ahora tienes un hogar; abandonaste tu mundo, porque el mío te pareció el indicado para ser feliz. No dejé nada por ti, pero hice un espacio en todas mis cosas para que te quedaras aquí.
Ella lo miró y no pudo evitar que una lágrima corriera por su mejilla.

-Ella: Y las discusiones. Siempre peleamos, discutimos, y tú y tu orgullo siempre hacen que yo pierda mi dignidad y regrese a ti. ¿Eso es querer, amar?
-Él: Peleamos porque somos diferentes, y estamos juntos por la misma razón. Sonreír todos los días sería mayor causa de separación que nuestras discusiones sin sentido. Mi orgullo y yo no matamos tu dignidad; te doy tiempo y espacio para que tengas la oportunidad de analizar lo que pasó, y tus regresos son una muestra de lo absurdas que son nuestras peleas. También recuerda las veces que yo he regresado, porque el rencor olvida lo bueno y mantiene presente los tragos amargos.
Ella, ya con pocos argumentos en el bolsillo, lanzó lo que consideró como su as bajo la manga.

-Ella: Y lo que sientes. ¿Qué es lo que realmente sientes? Yo te amo, ciegamente, de una forma desmedida, casi obsesiva. Daría la vida por ti, y lo único que quiero es pasar el resto de mi vida contigo. Tú a veces eres frío, distante, y colocas una barrera que ni con todo mi cariño puedo derribar. ¿Cómo le llamas a eso?
- Él: Yo te amo, tanto que no puedo cegarme porque necesito claridad en mis ojos para mostrarte el camino cada vez que te desvías. Te amo, tanto que mido mi manera de amarte para no darlo todo en un instante y así regalarte mi amor por más tiempo, sin caer en monotonías ni aburrimientos. Te amo, tanto que no es una obsesión porque necesito usar mi razón en los momentos en que el mundo te hace perderla. Te amo tanto que no daría la vida por ti, sino que la perdería contigo porque sé que sería el culpable de miles de lágrimas cuando veas que no estoy. Te amo, tanto que sería capaz de renunciar a pasar cada día de mi vida contigo, si es que tu felicidad estuviera en otro lugar y en otros brazos.
Mi frialdad, distancia y barreras son relámpagos de razón que nos hacen valorar cada día más lo que conseguimos. El cariño que me das cuando existe esa barrera, es lo que me hace crecer.

Y entre preguntas y respuestas, no se percataron de que ya el sol hacía su aparición. Ella suspiró y reventó en llanto. Él la abrazó, y entre tanta confusión y miedo le dijo "A esto le llamo amor"...

Puede que sea yo

Puede que cada noche una sombra en la ventana te robe el sueño y, aterrado, pienses que soy yo.
Puede que caminando por la calle veas mi cara en el rostro de cada persona con la que tropiesas y, mientras te disculpas, reconoces que pensaste que era yo.
Puede que te hayas convertido en catador de olores e imagines qué tan dulce, amargo o fuerte puede ser el mío, para que, mientras andas por ahí intentando recrearme, huelas cualquier cosa y tu mente juega contigo y te hace pensar que soy yo.
Puede que mi nombre se haya vuelto un homónimo y reacciones ante el más mínimo ruido que te suene familiar, poque no puedes evitar pensar que alguien llama desesperadamente a quien piensas que soy yo.
Puede que yo me haya transformado en la protagonista de tus sueños, de tus pesadillas, aunque sabes que tu vida no sería la misma sin cada una de las pequeñas cosas con las que vives a diario pensando que soy yo.
Puede que seas solo miedo y a pesar de verme en cada parte de tu vida, de sentirme en cada segundo de tu existencia, no puedas pensar en mi, contigo.
Pero puede que no seas solo tú y que también sea yo.
Y finalmente puede que no tengas cómo escapar de la pesadilla divina de tenerme a cinco centímetros de tu boca, entre la respiración amenazante y el aire que se corta porque sabes que soy yo.

Nuestro plan: Plan de "uno"

La brisa sopla y transforma mi cabello en telaraña. Me siento a la orilla del inmenso mar del sur; sola, con mis temores y mis logros en plena convergencia. El sol parece pigmento naranja que cobre todo el horizonte. La paz se respira en cada bocanada de aire puro, y lo único que viene a mi mente es lo que no fuimos.

Pienso en ti, en mi; en tus metas, en las mías; en tus defectos, en los míos. Pienso en cada detalle que quedó perdido en un agujero negro de incertidumbre donde, luego de tanto luchar, caiste tú también y sin posibilidad de escape.
Respiro tan hondo como mis pulmones me lo permiten y siento como el aire aderezado con tu recuerdo inunda mi cuerpo; y me siento mal, incómoda, tensa y preocupada porque sé que nunca más saldrá de allí. Porque el recuerdo duele más cuando no hay "ahora" que logre sustentarlo ni futuro aparente que prometa ser mejor. Los recuerdos son una cachetada sin anestesia que te hace ver cuánto ha cambiado tu vida y cuánto puede cambiar aún.
No quiero anular el recuerdo, pero doy lo mejor de mi para acelerar tu olvido; porque las rosas no dejan de ser rosas aunque se marchitan; porque el corazón no deja de latir aunque esté herido.

No me preocupa la soledad ni la nostalgia, ni los días lluviosos y fríos, ni las tardes de monólogo frente al café; me inquieta saber que construimos sueños, que hay planes compartidos. Y me pregunto, ¿cómo se logra un plan común cuando alguno de los dos claudica?

Mi realidad

Mis fantasías, mis sueños, mis dramas y mi mente: todo está aquí.
Ofrezco mi cordial bienvenida a este espacio que no es más que una servilleta virtual, donde plasmo mis emociones cada vez que tengo la necesidad de estallar.