Reposabas tu cuerpo sobre el pasto fresco de abril. Las nubes formaron un inevitable y contundente "sí", del que hiciste caso omiso y le apostaste a lo trivial. Comenzaba a llover. Llegaba la lluvia que empapa las tristezas de los amores abandonados, y se lleva la impaciencia y la ausencia de un por qué. La brisa luchaba a fuerza contra el olvido, quién se aferraba al corazón un poco más cada segundo, jugándose la vida como quien juega al amor. Y un instante de azar te hizo suyo. Claudicaste ante una fulminante y dulce voz que invadió tus instantes con una paz insufriblemente deseable. No lograste resistir la calidez de esos ojos, unos ojos que no ven. Porque el destino los hizo ciegos.
Nació un amor con bases en una enceguecida esperanza. El amor a un mismo cielo, a un mismo mundo, a una mismo pensamiento, a un cantar simultáneo para burlar las distancias y jugar a unos ojos que se miran de frente y no temen al después.
Vuelves al mismo lugar, te echas sobre el mismo pasto, pero ahora con la fe de asesinar a la soledad lo más pronto posible y ver un "sí" en las nubes acompañado de una caricia y un beso que anuncia el final de una espera y el comienzo de un te amo que se dice con los ojos.
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